Según la RAE, definición es: Proposición que expone con claridad y exactitud los caracteres genéricos y diferenciales de algo material o inmaterial. Los nuevos ambientes de aprendizaje, especialmente aquellos que promueven la autonomía, los que se mueven en el filo de la complejidad, los que buscan propiciar verdaderos aprendizajes significativos, son esquivos a las definiciones, al menos a aquellas que hemos recibido a través de la educación tradicional; y nos quedó ese afán por definirlo todo taxativamente, y como docentes lo transmitimos y lo multiplicamos… nos genera estrés no tener certezas, no tener definiciones, pues muchas veces nombramos las cosas para poseerlas -como en el pasaje memorable de García Márquez en donde todos pierden la memoria y tienen que empezar a nombrar de nuevo el mundo-. Según esta concepción “definitoria”, el profesor que sabe es el que tiene las definiciones que aceptamos como válidas, y a veces como únicas. Y el asunto se vuelve un círculo vicioso: el sistema nos pide que definamos para que evaluemos sobre esas definiciones; los estudiantes nos piden que definamos, porque esa es una manera de cotejar la experticia del docente y de ‘facilitar’ los exámenes; las evaluaciones -muchas veces- responden al esquema definición igual respuesta correcta; casi todo nos pide que aportemos conocimientos en forma de definiciones, y esto, en la era de la información, en la sociedad del conocimiento, es un lastre muy pesado para cargar y es difícil deshacerse de él, pero hay que empezar a hacerlo, porque las nuevas demandas de los sujetos -incluido uno mismo- que deben desenvolverse con propiedad en estos tiempos así lo exigen. Ahora, más que definiciones, necesitamos búsquedas constantes, reflexiones continuas, re-descubrimientos, nuevas miradas, enfoques alternativos, múltiples posibilidades… porque el conocimiento se está moviendo todos los días.

Más que definir, necesitamos reflexionar
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